jueves, 25 de junio de 2009

Nuevos Cineastas Latinoamericanos: Lisandro Alonso (Argentina)

Lisandro Alonso, el más minimalista de los nuevos directores argentinos, nació en Buenos Aires en 1975. Estudió cine en la Universidad del Cine y trabajó como sonidista a finales de los 90’s en Mundo Grúa de Pablo Trapero. También fungió como director asistente en Sobre la Tierra de Nicolás Sarquis hasta que en el 2001, a los 26 años, logró realizar su primera película.

La Libertad nos muestra un día en la vida de Misael (interpretado por Misael Saavedra), un solitario leñador que trabaja en una finca en La Pampa argentina. Vemos a Misael cortando leña, defecando, almorzando, mojándose el pelo para combatir el calor, entregando troncos a un comprador de madera, conduciendo un carro, llenando el tanque de gasolina, matando un armadillo, escuchando la radio, etc. Y eso es básicamente todo. La película es sumamente naturalista y documentalesca con la cámara posicionada sobre Misael prácticamente durante la totalidad de su duración (excepto por una breve escena en que la cámara se “libera” y da vueltas por todo el bosque mientras Misael descansa), documentando todos sus movimientos y sus mínimas interacciones con otras personas (Alonso en general no es muy amigo del dialogo). Pero a pesar de su simplicidad, la película es también una exploración de la relación del hombre con la naturaleza.

Micael, quien vive solo adentro de la finca en que trabaja, pareciera tener una relación conflictiva con la vegetación que le rodea. No hay armonía, no hay sostenibilidad; el bosque es amenazante y hostil lleno de una cacofonía de sonidos que inundan los oídos en todo momento y no dan espacio para la tranquilidad. Micael responde quemando leña para sus fogatas, cortando arboles desde la raíz para ganarse su vida y cazando animales para alimentarse (en este caso, un armadillo). En la escena final de la película, el resplandor de los relámpagos de una tormenta en formación inunda la pantalla mientras Micael come armadillo. La naturaleza amenaza, Micael no claudica. La confrontación está puesta.

Alonso seguiría explorando la relación entre el hombre y la naturaleza en su segunda película, Los Muertos (2004), en la que un hombre llamado Argentino Vargas (interpretado por Argentino Vargas) es liberado de una prisión en Corrientes y viaja en búsqueda de su hija y nietos quienes viven en unas islas internadas en el corazón de un lago. Siguiendo el formato naturalista de su anterior película, aquí seguimos a Vargas en todas sus labores y predicamentos (incluida una extendida escena en la que degolla y destripa a una cabra). Pero si La Libertad llevaba esa contemplación a un punto de tedio, aquí la historia se mueve con un mejor ritmo que evita el aburrimiento (probablemente gracias a que esta es una road movie mientras que la anterior era, bueno, un tipo cortando leña).

En Los Muertos, la batalla entre la naturaleza y el hombre pareciera haber sido ganada por este último. Argentino es un hombre tranquilo y taciturno que, aún así, pareciera tener completo dominio sobre su entorno. Las islas y el lago en el que viaja durante gran parte de la película podrán ser calientes, misteriosas, llenas de insectos y de animales extraños para el espectador; pero Vargas pareciera conocer todos sus secretos. Aún cuando un enjambre de mosquitos o abejas se hace presente, Vargas ni se inmuta: sigue en su camino confiado de que nada le pasará. Pero si esa batalla parece haber sido ganado por el hombre, Los Muertos sugiere un confrontamiento mayor entre los mismos humanos: un personaje sugiere que el crimen por el que Vargas acabó en prisión fue el homicidio de sus hermanos, Vargas tiene sexo con una prostituta mientras las hijas de esta juegan semi-vestidas cerca de donde se consume el acto, la película inicia con cuerpos humanos ensangrentado en la selva mientras un hombre camina con sus manos llenas de sangre, en la ambigua escena final Argentino sostiene un machete antes de entrar a la choza con su nieto; todas estas escenas son un indicador de esa nueva tensión. Una vez que el hombre dominó a la naturaleza y los animales, solo le quedaba dominar a su propia especie.


Fantasma (2006), de apenas una hora de duración, es una especie de conclusión a la historia de Misael y Argentino, una manera para Alonso de unir el destino de estos dos personajes. A diferencia de los campos abiertos de las dos anteriores películas, el escenario de Fantasma se reduce a un solo edificio en el que se encuentra un pequeño cine en el cual se está exhibiendo Los Muertos. El actor principal de esa película, Argentino Vargas, deambula desorientado por el edificio hasta llegar a la sala en la que él y una joven, cuyo nombre y profesión nunca conocemos, son los únicos espectadores de la función. Al mismo tiempo, Misael ronda sin destino aparente los pasillos oscuros del edificio, algunos de los cuales parecen tan amenazantes y hostiles como la vegetación salvaje de La Libertad.

Lo que Alonso hace en Fantasma es resaltar la alienación del ser humano en la sociedad contemporánea. Lejos de la vitalidad y hostilidad con el entorno natural que los acompañaba en sus películas anteriores, Misael y Vargas se encuentran perdidos en un ambiente frío, estéril, descuidado y alienante. Fuera de su elemento natural, estos dos personajes no hacen más que perderse en esta selva de concreto. Pero Fantasma también pareciera cumplir una doble función: por un lado se puede considerar como un experimento con el que Alonso juega con las percepciones de naturalismo documentalista de sus películas. Al presentar a los actores (interpretándose a si mismos) viéndose pasivamente en la pantalla (interpretándose a si mismos), Alonso resalta el carácter ambiguo de sus películas, en el que los personajes no son tanto personajes sino que son figuras detenidas en el punto limítrofe entre la realidad y la ficción. Y por otro lado, Fantasma, muy al estilo de Goodbye Dragon Inn de Tsai Ming Liang, funciona como un comentario acerca de la muerte de los cines alternativos. Alonso se pone a sí mismo como ejemplo, poniendo en el centro de su película a un viejo cine casi desierto exhibiendo Los Muertos. Las audiencias abandonan los cines alternativos. Estos cines alternativos cierran. Y lo único que queda son fantasmas de un tiempo pasado.


En Liverpool (2008), seguimos a un marinero de nombre Farrel quien, al atracar su barco en el puerto patagónico de Ushuaia, decide bajar a tierra y visitar a su familia con la cual no tiene contacto desde hace mucho tiempo. Al mejor estilo de Alonso, la cámara se queda en Farrel recorriendo Ushuaia, viajando hasta el pueblito en el que vive su familia, comiendo, tomando licor (una botella es su fiel acompañante), durmiendo, viendo al horizonte, etc. Una vez que Farrel llega adonde su familia, queda claro que la conexión emocional entre estas personas es nula por lo que a la primera oportunidad él decide escabullirse de la casa y volver a su barco. Si esto fuera Los Muertos o La Libertad, seguiríamos con Farrel en el barco hasta que la película llegara a su fin. Pero en Liverpool Alonso hace algo que no había hecho en sus películas anteriores: cambia el punto de vista. Le decimos adiós a nuestro personaje principal y por los últimos 20-30 minutos de la película nos quedamos con su distanciada familia en el pequeño y frío pueblo en el que pasan su existencia, alejados de todo símbolo de civilización o de argentinidad.

Liverpool es notable también por su desarrollo de personajes, algo casi inexistente en sus anteriores películas. Aquí, si bien mínimamente, somos llamados a hacer una conexión emocional con los personajes, nos vemos forzados a reaccionar de alguna manera ante sus vicisitudes y su estilo de vida. Liverpool no es una película de conflictos entre el hombre contra la naturaleza o del hombre contra el hombre, es una película de la soledad de un hombre y su incapacidad para forjar relaciones afectivas con sus “seres queridos” ni con los lugares que visita. Un día es Ushuaia, otro día es Liverpool. No hay diferencia. Pero su familia, que se queda atrás, no tiene otra opción más que seguir con las labores diarias en un lugar congelado y olvidado por el tiempo.

Lisandro Alonso es un director único en el cine Latinoamericano. Jugando entre el límite de la ficción y el documental, se va meses antes de empezar la filmación a conocer la locación de sus películas, se queda viviendo ahí un tiempo, se mezcla con los nativos, aprende de su forma de vida y de su manera de pensar y los utiliza como actores principales en sus filmes. Sus películas se enriquecen de este naturalismo pero no se limitan a simplemente documentar, están llenas de subtextos y de significados cuya interpretación puede variar de espectador a espectador. La filmografía de Lisandro Alonso nos presenta un mundo en conflicto con la naturaleza, con los animales, con los seres humanos, con las emociones y con la cultura. Pocos directores latinos actuales han comunicado tanto con tan poca parafernalia técnica o histriónica.

En el próximo artículo de esta serie cruzamos el Río de la Plata para realizar una breve visita al cine de Uruguay.

lunes, 8 de junio de 2009

Nuevos Cineastas Latinoamericanos: Pablo Trapero (Argentina)

Continuamos este repaso por los nuevos cineastas latinoamericanos con un director desconocido para mí hasta este momento: Pablo Trapero. Nacido en Ramos Mejía, provincia de Buenos Aires en 1971, realiza sus estudios como director en la Universidad del Cine en Buenos Aires. Durante este tiempo, filma dos cortometrajes: Mocoso Malcriado (1991) y Negocios (1993). En 1996 fundó junto con otros directores la compañía de producción “Cinematográfica Sargentina” con la que produjo en 1999 su opera prima.


En Mundo Grúa, Luis Margani interpreta a Rulo, un exitoso músico en la década de los 70’s que ahora se ve reducido a ser un obeso y divorciado desempleado en busca de cualquier trabajo que le permita ganar un poco de dinero. Con él vive su hijo veinteañero Claudio (Federico Esquerro, frecuente colaborador de Trapero tanto detrás como delante de la cámara), un perezoso y desmotivado músico de rock que pareciera estar siguiendo el mismo camino de su padre hacia un futuro de penurias económicas. El nombre de la película viene de un trabajo que consigue Rulo operando grúas en proyectos de construcción en Buenos Aires.

Mundo Grúa es una película en la tradición neorrealista más pura. Filmada en blanco y negro en stock de 16 mm, con varios actores no profesionales y un presupuesto casi inexistente; Trapero presenta la vida de la clase trabajadora argentina con un tono cómico y afectivo pero también presentando su lado más oscuro y desesperante (la ultima toma de la película muestra la mitad de la cara del Rulo iluminada por la luz y la mitad oscurecida por la sombra). La trama de la película es mínima, la película viene a preocuparse más por estos personajes lo cual puede llevar a escenas extendidas que parecen no adelantar la historia. Usualmente soy abierto a este tipo de enfoque narrativo, pero en algunas partes me dio la impresión de ser un mediometraje extendido innecesariamente. Algunos personajes no son lo suficientemente desarrollados como Adriana (con quien Rulo pareciera empezar una relación) o el mismo Claudio. Pero a pesar de mis reservas, Mundo Grúa es un debut muy auspicioso, con un personaje central memorable, que sorprendió a propios y extraños cuando fue estrenada en 1999.

El buen recibimiento obtenido por su debut le permitió a Trapero más recursos para realizar su segunda película, El Bonaerense (2002), la cual incluso fue seleccionada para la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes. Aquí el personaje principal es el Zapa, un cerrajero de un pequeño pueblo que se ve involucrado en un robo por lo que, para evitar ser apresado, huye a Buenos Aires. Una vez ahí, y gracias a las conexiones de su tío, logra entrar a la academia policial a pesar de tener una edad mayor al límite.

El Bonaerense es filmada a color pero con un estilo neo-realista, crudo y granulado muy parecido a Mundo Grúa. Pero si esa película se enfocó más que todo en el tema del desempleo, está trata este tema pero lo une con el problema de la corrupción sistematizada del aparato policial argentino. Pero la corrupción no se encuentra solo en la policía, esto es solo un síntoma de un problema cuyas raíces se encuentran en lo más profundo de las clases gobernantes. Para Trapero, Buenos Aires, el centro político y económico de Argentina, es sinónimo de corrupción y esta logra manchar tanto al político más ladrón como al policía de la estación más cercana. Pero por toda su crítica, El Bonaerense no moraliza, sino que toma un paso atrás y simplemente se encarga de mostrarnos su historia con una impersonalidad casi objetiva. Esta es la película más aclamada y conocida de Tropero; y con buena razón.

Justo cuando pensábamos que Trapero se iba a convertir en el director de la degradación social, nos tira una bola curva con Familia Rodante (2004), película en la que, como bien lo indica su nombre, una familia hace un viaje en una casa rodante de Buenos Aires hasta Misiones con la intención de asistir a una boda de un familiar que ni siquiera conocen. Esta es la película más light y accesible de Trapero por lo que tal vez pueda ser considerada como su menos estimulante. Pero si bien no es tan cargada como sus otros filmes, Familia Rodante es muy entretenida y disfrutable; con un gran ensemble de personajes que logran que los minutos se pasen volando.

Si bien la película no puede evitar caer en algunos clichés del genero de road movies (los desperfectos mecánicos del carro son la orden del día) las conflictivas relaciones entre los personajes y un subtexto de tensión sexual entre algunos de ellos mantienen la tensión dramática en un alto nivel. Mención especial tiene que ir para Graciana Chironi, la abuela de Trapero en la vida real, que interpreta a la matriarca de la familia y es la responsable de mantener unida a esta disparatada amalgama de personajes. Su expresión facial en los segundos finales de la película, que pareciera resumir todo su descontento con su familia y el estado de la sociedad en general, es un momento sobresaliente de toda la filmografía de Trapero.

Nacido y Criado, su cuarta película lanzada en el 2006, inicia de la manera más blanda y poco interesante posible: con una joven pareja de acaudalados y atractivos diseñadores de interiores quienes viven en su impecable casa modernista con su adorable hija de 7 años. Los primeros quince minutos de la película se encargan de presentar con lujo de detalles lo idílicamente aburrida que puede ser la cotidianidad de esta familia, hasta el punto que rápido se hace evidente que una catástrofe es inminente. En esto Trapero no falla: la familia sufre un grave accidente automovilístico y todo se va a la mierda.

En un tiempo indeterminado después del accidente, nos volvemos a encontrar con Santiago, el padre de la familia, quien ahora está viviendo una existencia precaria trabajando como operario de un aeropuerto prácticamente abandonado en la Patagonia argentina. Las condiciones climatológicas son hostiles, el trabajo es casi inexistente, el entretenimiento se reduce a una sola taberna de pueblo y la única compañía son sus compañeros de trabajo Robert y Cacique. Rápidamente se hace claro que Santiago está escapando de la memoria del accidente, por lo que frecuentemente es victima de ataques de rabia, convulsiones y alucinaciones. Nacido y Criado es una exploración de la culpa y el conflicto emocional en el que la severidad y adversidad del paisaje patagónico funcionan como reflejos del conflicto emocional que sufre Santiago en su interior. Un filme difícil, desconcertante y doloroso, Nacido y Criado es, en mi opinión, el punto alto de la filmografía de Trapero (aunque no sea una opinión muy compartida) y un gran ejemplo de su creciente dominio del lenguaje cinematográfico.

Leonera es la ultima película de Trapero y tuvo el merito de haber competido en la Selección Oficial del Festival de Cannes del año pasado. Julia (interpretada de una manera casi visceral por Martina Gusman, esposa de Trapero en la vida real y quien, en un mundo perfecto, se hubiera ganado toda clase de premios por esta actuación) es una joven acusada por el asesinato de su novio en confusas circunstancias que no quedan del todo claras. Mientras se determina si es inocente o culpable de ese delito, Julia es enviada a una prisión para mujeres en las afueras de Buenos Aires. Pero hay un dato de no menor importancia: Julia está embarazada por lo que es recluida con las demás prisioneras embarazadas o con hijos (aparentemente según la ley argentina, una mujer encarcelada puede criar a su hijo en prisión hasta que este cumpla 4 años) . Julia, quien al inicio no pensaba en otra cosa más que abortar, se ve confrontada con la obligación de criar a su hijo en un ambiente completamente inapropiado para esta labor.

Leonera es muchas cosas: una critica del sistema judicial argentino, una mirada a las deplorables condiciones carcelarias, una exploración de la organización social y personal formada por las reclusas de estos centros de detención. Pero, principalmente, Leonera trata de una mujer y el amor que tiene por su hijo. Instinto maternal a su más crudo es lo que Trapero nos presenta en esta película por medio de la habilidad de estas madres para hacer todo por sus hijos aún en las condiciones más desfavorables. Con Leonera, Trapero termina de explotar en la escena cinematográfica mundial con un trabajo maduro que demuestra notable seguridad narrativa y una excelente dirección de actores.

Antes de cerrar este articulo, un par de consideraciones con respecto a la filmografía en general de Trapero. La primera tiene que ver con la manera casi impresionista en que se desarrollan los personajes en estas películas. No siendo amigo de dar demasiado trasfondo en la vida de estos, Trapero se limita a darnos en cada escena breves pinceladas de la vida y personalidad de estos personajes, pinceladas que para el final de la película terminan formando un cuadro entero en el que nos sentimos familiarizados con estos personas aún cuando sabemos relativamente poco de su vida pasada. Los personajes son desarrollados poco a poco, sus cambios y sus transformaciones son manejadas de manera sutil y casi que sorpresiva; Trapero humaniza a estos personajes frente a nuestros propios ojos de una manera casi imperceptible.

El segundo aspecto tiene que ver con las locaciones en las que se desarrollan estas películas. En una reciente entrevista que leí, un músico holandés que vivió durante varios años en Argentina respondía a una de las preguntas (no recuerdo exactamente cuál era) diciendo que los bonaerenses, por su condición de vivir en un puerto, siempre habían tenido su mirada dirigida hacia afuera, hacia el otro lado del Atlántico. Pero que desde la crisis política y económica de inicios de década, los bonaerenses cada vez más veían para adentro y mostraban más interés por los encantos que guardaba su inmenso país. No sé que tan cierto sea esto, pero a como sea, Trapero es el representante cinematográfico de ese “ver para adentro”. Identificando a la ciudad capital directamente con esa corrupción que llevó a la crisis, Pablo Trapero busca en el interior de su país un lugar para exorcizarse de esa desintegración social con la que relaciona a los conglomerados urbanos de Buenos Aires. Ya sea Comodoro Rivadavia en el caso de Mundo Grúa, o Misiones en Familia Rodante, la Patagonia en Nacido y Criado o la frontera con Paraguay en Leonera; los personajes de estas películas siempre buscan escapar hacia un lugar más seguro, más inocente, más humano.

Si este artículo suena excesivamente positivo en algunas partes, me tendrán que disculpar. Estas películas no son perfectas y a todas se le pueden encontrar problemas, ya sea en su pacing, en el desarrollo de sus personajes secundarios o en su tendencia a dar vueltas alrededor de la trama antes de llegar al desenlace. Pero mi entusiasmo se debe a la siempre grata sorpresa de encontrar a un director del que no conocía nada y del que ahora ya no puedo esperar para ver su siguiente propuesta.