Hace unos días debería haber publicado una entrada relacionada con varias películas uruguayas que tuve la oportunidad de ver. Pero, a pesar de que ya la tenía terminada y lista para publicar, mi computadora murió súbitamente (aunque no el disco duro). Apenas pueda recuperar el artículo, lo subo. Pero mientras tanto, seguimos el recorrido cruzando los Andes hasta llegar a Chile.
Andrés Wood, nacido en 1965 y de descendencia irlandesa y escocesa, es probablemente el director más aclamado del cine chileno contemporáneo. A pesar de que siempre había sido aficionado del cine, sus estudios universitarios se orientaron inicialmente por el lado de la Economía. Pero una vez graduado, la afición pudo más y se trasladó a Nueva York para estudiar dirección de fotografía. A inicios de los 90 comenzó a trabajar en la realización de anuncios para la televisión al mismo tiempo que trabajaba en la creación de sus propios cortometrajes. Uno de ellos, Reunión de Familia, tendría gran suceso en festivales tanto en Chile como en el resto del mundo lo cual le daría el impulso a Wood para filmar su primera película.Historias de Fútbol (1997) está compuesta por tres segmentos, cada uno relacionado con el deporte más popular del mundo: el fútbol. La primera historia está basada en un cuento de Mario Benedetti y narra las tentaciones que hacen a un jugador de fútbol amateur de Santiago sucumbir ante los intentos de un dirigente por sobornarlo. La segunda historia, basada en un cuento de Raúl Pérez Torres y situada en pleno desierto de Calama, nos cuenta la alegría de un niño que logra hacerse dueño de una nueva bola de fútbol al mismo tiempo que debe enfrentar las carencias económicas que llevan a su madre a empeñar muchas de sus pertenencias. Y en la ultima historia, la única que es completamente original de Wood y sus co-guionistas, nos encontramos con un joven santiagueño que se encuentra varado en una isla del Archipiélago de Chiloé justo el mismo día que la selección chilena juega un importante partido eliminatorio para el Mundial. Por lo tanto, será invitado a la casa de un par de mujeres de la isla para que vea el partido, mujeres que están dispuestas en probar que la verdadera pasión de multitudes se encuentra en la cama en vez del campo de juego.
Los tres segmentos de la película están emparentados con el fútbol, por supuesto, pero primordialmente con el sacrificio que los diferentes personajes realizan por este juego. En la primera historia, el jugador de fútbol debe escoger entre aceptar el soborno y así sacrificar el espíritu del deporte y las esperanzas que tiene toda su comunidad en él o, por otro lado, anteponer su amor por el fútbol y negarse a recibir la recompensa monetaria. En la segunda historia, el niño debe tomar la decisión de empeñar su preciada bola de fútbol con tal de que su familia pueda seguir adelante económicamente, sacrificando de esta manera el juego ante necesidades más apremiantes. Y en la tercera historia, que tiene un tono más cómico y juguetón que las otras dos, son los hombres los que deben elegir cual “pasión de multitudes” es más importante: el fútbol o el sexo.
Historias de Futbol es un filme light, las historias no son más que adaptaciones de pequeños cuentos y eso se nota. Mayor profundidad no tienen. Pero Wood lo que quería era mostrar como el fútbol (o el deporte en general) siempre está presente en diferentes aspectos de nuestras vidas. Y al situar cada segmento en lugares diferentes de la geografía chilena, la película resalta el poder del fútbol para unir a una nación. Ya sea en un barrio de Santiago, en el desierto de Calama o en una isla en Chiloé, siempre se podrá encontrar esa obsesión por el llamado “juego más bello del mundo”.
Historia de Fútbol llegaría a tener gran aceptación por parte del público y la critica. Wood decidió seguirlo con El Desquite, una mini-serie para la Televisión Nacional de Chile basada en un trabajo del cantautor Roberto Parra acerca de la vida en los latifundios chilenos. Después de su emisión en televisión, Wood editó el documental y lo lanzó en 1999 a las salas de cine en una versión reducida de dos horas. Esta película es prácticamente imposible de encontrar en Internet y, aunque puse a trabajar horas extras al Google, no la pude encontrar. Por lo que pasamos ahora a la que en realidad es su segundo largometraje propiamente para el cine.
La Fiebre del Loco (2001) se centra en la caza del loco (un tipo de crustáceo marítimo en peligros de extinción muy degustado por los asiáticos) y los efectos que esta tiene en la pequeña localidad de Puerto Gala. El Canuto (Emilio Bardi), un oriundo de la zona que se fue a las ciudades a conseguir mejor suerte, logra convencer a su amigo Jorge (Luis Dobó) y a todo el pueblo de que vendan todo el “loco” que logren cazar a un empresario japonés que se asegurará de venderlo en su país natal. Por supuesto, el empresario japonés es un farsante y El Canuto simplemente está tratando de acumular una fortuna timando a todos los pescadores de su pueblo natal, incluido su supuesto amigo Jorge. Al mismo tiempo, un barco de prostitutas ancla en Puerto Gala con la intención de aprovechar la fuerte mezcla de deseo carnal y dinero que envuelve a los pobladores durante la caza del loco.
Más allá de que la película tenga sus personajes principales que son los encargados de realizar los eventos catalizadores de la trama, La Fiebre del Loco se enfoca más que todo en la comunidad entera de Puerto Gala y los efectos que la avaricia causada por la caza del loco tiene sobre ellos. Por supuesto, está el hombre capaz de engañar a su propio pueblo con tal de hacer dinero. Pero también están los demás hombres del pueblo quienes alegremente celebran su cacería acostándose con prostitutas sin siquiera tratar de escondérselo a sus esposas. Y estas últimas, las cuales al final de la película confrontan violentamente a las prostitutas, parecen estar más enojadas por el dineral que gastaron sus maridos en ellas más que por el hecho de que estos les hayan sido infieles. La avaricia lleva a estos personajes a herir a sus seres queridos. Los hombres hieren a sus esposas. Las esposas a las prostitutas. Y el Canuto a toda su comunidad. Todo por el dinero. Todo por la fiebre del Loco.
La Fiebre del Loco probablemente es mi película preferida de Wood. Aunque su trama principal no sea nada del otro mundo ni tenga el peso dramático de Machuca, su construcción de una comunidad pesquera en un lugar olvidado de Chile es memorable, llena de personajes idiosincráticos y de pequeños toques, como el programa de radio que se transmite cada noche en el pueblo, que le dan gran vitalidad a la película. Ya quisiera uno quedarse en Puerto Gala por más tiempo.
La tercera y más exitosa película de Wood es Machuca. Lanzada en el 2004 pero ambientada en el Chile de 1973, el filme se enfoca en los convulsos últimos meses del gobierno de Allende y los inicios del golpe de Estado de Augusto Pinochet. Gonzalo (Matías Quer) es un chico de clase media-alta que asiste a Saint Patrick, un exclusivo colegio católico de Santiago. El director de este colegio, el Padre McEnroe, decide adoptar una política de integración social que consiste en integrar gratuitamente a niños de clase baja provenientes de las poblaciones cercanas al colegio. Uno de estos niños es Pedro Machuca (Ariel Mateluna) quien desarrolla una amistad con Gonzalo, amistad que se verá amenazada conforme la sociedad chilena se va polarizando cada vez más y más.
Machuca es políticamente simplista, la película se reduce a presentar todo el conflicto chileno como si fuera solo una disputa entre ricos y pobres, con los ricos vestidos con ropas a la moda y siendo infieles con sus maridos y los pobres viviendo entre latas y sin siquiera agua potable. La misma película no busca tomar posiciones políticas muy fuertes pero aún así queda claro de que Wood (quien, al igual que el personaje de Gonzalo, estuvo en un colegio católico muy parecido al retratado en la película) tiene una visión negativa de los golpistas y de un sector de las clases altas a las que considera egoístas e insensibles con el sufrimiento de los menos afortunados. Pero esto no significa que el filme sea un panfleto izquierdista pro-Allende. Los héroes de la película no son los simpatizantes de uno u otro movimiento político, sino que son aquellos individuos, como el Padre McEnroe (basado en el director del colegio católico al que asistió Wood en su juventud), que buscaban la unión y la solidaridad entre todos los chilenos, sin importar su origen o condición socioeconómica.
Más allá del mensaje sociopolítico que nos quiera transmitir o no esta película, su éxito radica en lo humana y poderosa que es su trama principal. Abstrayéndose lo más que pueden del oscuro panorama político que se avecinaba, Gonzalo y Machuca buscan divertirse como los chicos que son, incluso experimentando los inicios de su despertar sexual. Pero esta amistad idílica y apolítica mucho no podría durar. Pronto incluso Gonzalo y Machuca se verían afectados por las fuerzas que llevaron a la partición de una sociedad, a la victoria de unos y a la derrota de otros. Fuerzas que provocaron heridas que perduran en la sociedad chilena, cicatrices que no han sanado.
Su ultima película, y probablemente la más ambiciosa, es La Buena Vida del 2008. Basada en historias verdaderas, la película relata eventos en la vida de cuatro personas que parecieran no tener nada que ver la una con la otra pero que inevitablemente se encontrarán en algún punto de la gran metrópolis santiagueña. Seguimos a Teresa (Aline Kuppenheim), una educadora sexual que sorpresivamente se da cuenta de que su hija quinceañera (Manuela Martelli) , con la que tiene una relación difícil, se encuentra embarazada. También tenemos a Edmundo (Roberto Farías), un cosmetólogo que sueña con abrir su propio salón de belleza por lo que solicita un préstamo al banco y ahí se enamora de Esmeralda (Manuela Oyarzún), la empleada bancaria que lo atiende. Mario (Eduardo Paxeco), por su parte, es un clarinetista talentoso y educado en Alemania pero que ve como su deseo de pertenecer a la Orquesta Filarmónica de Chile se desvanece en el aire al ser inexplicablemente rechazado después de realizar su audición. Y, por ultimo, está la historia de una prostituta (Paula Sotelo) afectada por algún tipo de enfermedad venérea pero que no puede recibir tratamiento ya que no tiene con quien dejar a su hijo pequeño.
Generalmente le tengo una gran desconfianza a las películas “corales”. Muchas veces el exceso de personajes, la gran cantidad de mini-tramas y la dependencia en convenientes coincidencia para que estas tengan sentido hacen que estas películas traten de hablar mucho pero sin decir nada. La Buena Vida, lamentablemente, no es la excepción. Todas las cuatro historias se sienten incompletas y no hay mayor hilo que las una. Cierto, todas tienen que ver con personajes que han experimentado algún tipo de perdida y que buscan cambios en su vida. También tienen en común que se sitúan en la ciudad de Santiago. Pero nada más. No se profundiza en las motivaciones y vicisitudes de estos personajes (los cuales, con la posible excepción de Edmundo, no son particularmente simpáticos ni interesantes), las historias no presentan nada nuevo y, lo más devastador en una película como esta, ninguna tiene algún “punch” emocional ya que no hay incentivo para involucrarse emocionalmente.
El personaje de la prostituta enferma es el más grande ejemplo de todos estos problemas. Ella pareciera representar a la parte de Santiago que es olvidada, por la que nada se hace, aquellos para los que los imponentes rascacielos de la ciudad son poco más que una imagen lejana que ven por su ventana. Pero hasta ahí llega la caracterización. El personaje no es más que un símbolo. No sabemos nada de ella. Aparece en un par de escenas y ya. Y se supone que tenemos que sentir algo ante su inevitable destino?
La Buena Vida sufre debido a que sus historias individuales no son lo suficientemente interesantes y dependen demasiado de las coincidencias y los encuentros aleatorios entre personajes para provocar un efecto emocional, como todas las películas corales. Pero, en este caso, no hay ningún efecto emocional. La película parece limitarse a decir “en Santiago viven toda clase de personas y todos están interconectados”. También dicen que existe el agua tibia, eh.
Andrés Wood se podría decir que es uno de esos directores que traen lo mejor de dos mundos: sus películas son lo suficientemente entretenidas y emocionales como para ser disfrutadas por el público en general pero son lo suficientemente estimulantes intelectualmente como para apaciguar a los snobs (como yo). Pero esa habilidad para entretener, emocionar y poner a pensar pareciera estar disminuyendo para pasar a una sensibilidad no tanto Hollywood-esca sino que más bien Miramax-esca, por definirlo de algún modo. Con esto me refiero a que pareciera compartir algunos atributos (como lo son el sobre-uso de música dramática, exceso de histrionismo; en fin, abuso de efectismos cinematográficos) con esas típicas películas que llegan a nuestros cines a fines e inicios de año con la expresa intención de lograr premios Oscar.
Algunas de esas tendencias ya se encuentran en Machuca (como ejemplo: ver la escena de la represión en la población en que vive Machuca casi al final de la película) pero ahí el hilo dramático era lo suficientemente fuerte como para sobreponerse. En su ultima película el hilo dramático es inexistente y tanto personaje y recurso técnico lo que pareciera buscar más bien es esconder la mediocridad inherente al guión. Aunque valga la aclaración La Buena Vida fue aclamada por muchos y ganó premios importantes, incluido el Goya a Mejor Película Extranjera. Seguro estoy en la minoría. Pero, por mi parte, espero que Wood se recupere de ese traspié y continué haciendo películas tan conmovedoras, interesantes y únicas como sus tres primeras.
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