La migración es un proceso que suele ser desestabilizador y doloroso para aquellos que deben emprenderlo, los cuales se ven obligados a abandonar sus lugares de origen para arribar a países en los que muchas veces son discriminados o tratados como inferiores. Pero las migraciones también esconden un potencial creativo enorme, dando la oportunidad de que las tradiciones autóctonas de los migrantes y la cultura propia del país que los recibe se combinen de las maneras más interesantes, muchas veces creando expresiones artísticas enteramente originales.
El cine no escapa de esa tendencia. Solo basta con observar la vasta influencia en que tuvieron en los anales del cine directores como Fritz Lang, Billy Wilder y Ernst Lubitsch, alemanes que huyeron de la Alemania Nazi para afincarse en Estados Unidos y dejar una marca indeleble en la historia de Hollywood.
Hoy en día los directores migrantes y las películas que exploran el tema de la migración son más predominantes que nunca, en parte gracias a un mundo cada vez más globalizado en el que las fronteras se hacen difusas y la migración (legal e ilegal) se convierte cada vez más en un tópico de discusión común.
Tal vez una de las primeras películas contemporáneas en explorar el tema de la migración fue El Norte (1983), dirigida por el mexicano-estadounidense Gregory Nava, en la que un par de hermanos huyen de una Guatemala en plena guerra civil para tratar de encontrar un mejor futuro en “el norte”. La película combina elementos del realismo mágico con la “road movie” para presentar una visión por momentos optimista, pero finalmente trágica, de la migración ilegal hacia los Estados Unidos.
El director japonés-estadounidense Cary Fukunaga años después realizaría Sin Nombre (2009), una película de temática similar a El Norte pero que involucra elementos actuales como, por ejemplo, la pertenencia a las Maras.
Ramin Bahrani, un director iraní-estadounidense, es sin duda el principal exponente del cine de migrantes actualmente en Estados Unidos. Con películas como Man Push Cart (2005), Chop Shop (2007) y Goodbye Solo (2008), Bahrani explora las vicisitudes de diversos inmigrantes ilegales, ya sean pakistaníes, guatemaltecos o senegaleses, que intentan ganarse la vida de manera honrada en un ambiente muchas veces hostil pero que, finalmente, termina siendo un espacio para la amistad, la empatía y la superación.
En Europa, Fatih Akin, el director turco-alemán que recientemente fue el sujeto de un ciclo de cine en nuestro país, es uno de loso cineastas jóvenes más aclamados del continente. Reconocido por sus frenéticas películas en las que alemanes de origen turco se enfrentan a las diferencias culturales entre su nación de nacimiento y el hogar de origen de sus padres, Akin brinda una perspectiva diferente y fresca a un cine alemán que últimamente ha sido más conocido por explorar de su turbulento pasado político y militar.
Francia se ha dado a conocer en los últimos años por sus problemas con la integración social y cultural de sus minorías migrantes, especialmente árabes y africanos. El cine de ese país no se ha mantenido al margen del tema y ya desde 1995 el director Mathieu Kassovitz impactó al mundo cinematográfico con La Haine (El Odio), una visión cruda y realista de la vida de tres amigos en los problemáticos y segregados banlieue a las afueras de París. Otros directores de origen africano, como el argelino Rachid Bouchareb y el tunesino Abdellatif Kechiche, han continuado resaltando en celuloide la vida de los inmigrantes y su contribución a la historia francesa.
Latinoamérica también tiene su sub-género de películas de migrantes, si bien no cuentan con el alto perfil de sus contrapartes estadounidenses y europeas. Ejemplos recientes de esto se encuentran en Bolivia (2001), del argentino Israel Adrián Caetano, un retrato neorrealista de un inmigrante boliviano tratando de ganarse la vida en Buenos Aires, y en El Camino (2008) de la directora costarricense (nacida en Rusia y de origen iraquí y chileno) Ishtar Yasin, el cual vuelve al formato de la road movie para presentarnos la travesía de un hermano y hermana que salen de Nicaragua hacia Costa Rica en busca de su madre.
Estas últimas dos películas (al igual que varias de las otras aquí mencionadas) tienen finales que acaban en desdicha y falsas promesas. Pero una visión más optimista e idiosincrática se encuentra en Jonas Mekas, uno de mis cineastas preferidos. Mekas es un inmigrante lituano que se convirtió en una de las figuras principales de la escena avant-garde neoyorquina de los 60’s y 70’s. Sus filmes cuentan con la particularidad de que en realidad son collages de las películas caseras filmadas compulsivamente por Mekas desde el momento en que llegó a Nueva York.
Películas como “Lost, Lost, Lost” (1976) y “Walden” (1969) no solo son sirven como documentación de la escena artística de Nueva York de su época, sino que también son un registro singular de la experiencia del inmigrante en una nueva tierra, llena de oportunidades y de novedosas posibilidades de expresión.
Mekas es uno de los fundadores de Anthology Film Archives, uno de los archivos de cine experimental más importantes del mundo, y recientemente volvió a Lituania , en medio de una gran expectativa, para inaugurar el Jonas Mekas Visual Arts Center, el espacio de experimentación artístico más notorio de ese país del Báltico. Un ejemplo más del hijo pródigo que regresa triunfal a su país luego de alcanzar el éxito afuera. La esperanza de todo inmigrante.
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